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martes, 14 de agosto de 2012

EL 15 DE AGOSTO Y LA DESCONQUISTA


Por Tomás Urzainqui Mina.

En 1512, el 27 de noviembre, la bandera roja, con barras pomeladas y doradas, fue abatida por los soldados españoles que habían parado el intento de los navarros, mandados por el rey Juan de Labrit, de recuperar la capital de Navarra. Mañana, día 15, la bandera roja ondeará a los vientos de Ibañeta, Astobizkar, Lepoeder y Bentartea en recuerdo del inicio de la independencia de Navarra el año 824.
Pronto se intentó difuminar el hecho de la batalla de Orreaga, qué es lo que allí había pasado, quiénes intervinieron y sobre todo qué consecuencias tuvo. Está probado el hecho en sí, sucedido el 15 de agosto de 778, y quienes combatieron, de un lado por los textos conservados de Éginhard y, por otro, más incuestionable, con los efectos que dicha batalla trajo consigo para las personas que derrotaron a los francos y a las que vivían alrededor de Orreaga (Roncesvalles) entre el Garona y el Ebro, especialmente la consolidación de la independencia de los vascones con su reino de Pamplona, tras liberarse de los francos. El primer documento de que se tiene noticia son los Anales carolingios, redactados por los clérigos de la capilla palatina, mientras que el autor de Vita karoli Magni fue Éginhard, bajo el reinado de Luis el Piadoso (814-840), hijo de Carlomagno (768-814), recogiendo el ataque durante el paso de los Pirineos, a manos de los vascones -al regreso de la expedición a Hispania- que sufrió su ejército, después de haber derribado las murallas de Pamplona-Iruña.
En cada época, se ha utilizado la batalla de Orreaga, relacionada con la leyenda de Compostela, para diversos fines políticos. Sobre el hecho cierto, de una victoria de los vascones, se han superpuesto relatos figurados, a cual de ellos más fantasioso, si cabe, así los temas de Santiago, La Chanson de Rolan, Castilla seudoprotagonista y Las calumnias a los navarros que, con evidente intencionalidad, en la práctica han ido negando la realidad política y el derecho a existir a la sociedad circumpirenaica vascona o navarra, que objetivamente no es francesa ni española.
El Papa Calixto II (1119-1124) convocó una cruzada que le permitió a su sobrino Alfonso VII, heredero de los tronos de Castilla y de León, proclamarse emperador. Para ello, según Turpín, arzobispo de Reims, en su relato llamado Proto Turpín, Carlomagno, incitado por Santiago, había marchado a conquistar y liberar la tierra de musulmanes. En aquel tiempo, alguna crónica expone, ya que las tropas de Carlomagno en vez de haber sido derrotadas no ya por los sarracenos -según la impostura de la Chanson de Roldan- cuando volvían a Francia, habrían sido derrotadas nada menos que por los castellanos, que les habían impedido regresar a su suelo. En la Crónica del emperador Alfonso VII, la imagen que se refleja de Carlomagno no es la de su biógrafo Éginhard ni la de los Anales carolingios, sino la de la apología política de la cual el seudo Turpín es un testimonio “…el rey del imperio de Toledo, este era Alfonso que tiene el título de emperador, y que seguía los altos hechos de Carlomagno, ya que quería ser igual que él”, partidario de una visión que asumía el sueño de una supuesta soberanía española hasta el río Ródano, que habría existido según el monje de Silos antes de la invasión visigótica: “los reyes españoles gobernaron del Ródano hasta el mar que separa Europa de África”.
En el manuscrito llamado Libro de los Milagros, incluido en el Codex Calixtinus, figura un pasaje que constituye la urdimbre de una falsificada historia de Navarra a partir de una supuesta leyenda imputada a Julio César. Esta versión en los manuscritos anteriores no figura. Se dice en él que los navarros no forman un pueblo homogéneo. Son producto de tres poblaciones diferentes: los nubianos, los irlandeses -llamados en el texto escoceses- y los caudati de Cornualles. Según el texto, estas poblaciones serían invasoras y habían expulsado a los españoles de las regiones que les pertenecían en propiedad.
A ellos se une la enloquecida presencia bajo Carlomagno del emperador de España, el rey de Castilla Alfonso VII, para el cual los navarros eran sus adversarios. Lo que convierte en la excusa propicia para apropiarse del reino de Navarra, cuando la presentación de sus habitantes como semisalvajes, justifica implícitamente una conquista de los mismos por Castilla bajo los colores aparentes de una empresa civilizadora. Lo que fue el prolegómeno de las conquistas por Castilla de la Navarra marítima y riojana en 1175-1200, así como la Alta Navarra en 1512 y la Baja Navarra en 1620 por los franceses.
Esta sociedad continúa conquistada y por eso padece la pesada subordinación y dominación. Palabras que hasta ahora eran tabú. La conquista es el mayor robo que se puede cometer a una sociedad, pues se trata del robo de todos sus derechos. A partir de la conquista, que siempre es continuada hasta que se produce la desconquista, la sociedad conquistada ya no tiene sus derechos, sino que le otorgan algunos de la sociedad conquistadora, no todos. No podrá decidir con libertad por sí misma, ni colectiva ni individualmente. No se nos diga que ha pasado mucho tiempo. Los navarros siguen sin poder libremente decidir, disponer, proteger, elegir, invertir, legislar, conocer, estudiar, saber, cuidar, ahorrar, solidarizar, combatir, denegar, organizar, planificar, administrar, trabajar, curar, prever, defender, guardar, conservar, investigar, construir, ayudar, con quien y con quienes queramos, lo que queramos, cuando queramos, como lo queramos. Todo eso ahora a los navarros no nos está permitido porque estamos conquistados. La historia nos posibilita saber por qué estamos ahora conquistados. Hoy la desconquista se basa en el conocimiento de la conquista y en la decisión de acabar con ella.

Fuente:   http://www.1512-2012.com/?p=3829